Aunque a algunos la idea no les sea simpática, ser padres implica dirigir las vidas de los hijos. Pero en una sociedad tan competitiva y consumista como la nuestra, cada vez son más comunes los progenitores tan interesados en sacar el máximo potencial de sus hijos que se convierten en una especie de mánagers de su proles. Este afán por crear unos hijos hiperformados tiene riesgos, como olvidar la esencia de la educación. Texto de Eva Millet
En la competitiva sociedad del siglo XXI, donde se mezclan la incerteza laboral con un consumismo desaforado, cada vez son más los progenitores que invierten en la formación de sus hijos como si de un producto se tratara. Carl Honoré, autor de “Bajo Presión” (ed. RBA), ha detectado esta tendencia. “La cultura actual hace que como padres tengamos una presión inmensa para dar todo a nuestros hijos y hacerlos los mejores”, afirma.
Este escritor y periodista escocés destaca que en muchos casos la paternidad llega tras varios años en el mundo del trabajo. Ello hace que se importen los valores de la oficina al hogar y se apliquen los recursos de la empresa cuando se quiere mejorar el rendimiento: “Traer expertos, invertir mucho dinero, dedicar muchas horas… Estamos profesionalizando la paternidad”, concluye Honoré.
La avalancha de actividades extraescolares, los profesores particulares, los colegios que prometen forjar ¡genios! o darles conocimientos financieros en primaria, el continuo ir y venir para conseguir “niños preparados” (o “niños perfectos”, como apunta Honoré), y la imposición de amigos por parte de los padres son algunos ejemplos de esta profesionalización.
En Estados Unidos hace tiempo que existe un nombre para este fenómeno: son los “padres helicóptero”, progenitores que sobrevuelan sin descanso las vidas de sus hijos. En una sociedad competitiva como la norteamericana, en la que la educación es costosa, estos padres gestionan de forma minuciosa las carreras de su descendencia. Desde la elección de la guardería hasta la entrada en la universidad.
La actitud de algunos padres en las escuelas (atosigando y enfrentándose a los profesores, demandando acceso ilimitado a las clases…) es tal, que algunas centros se reservan el derecho de expulsar a un alumno a causa del comportamiento de sus progenitores. El hipercontrol no acaba tampoco con la licenciatura: cuenta Honoré que ya hay casos de progenitores que acompañan a sus pequeños… a las entrevistas de trabajo.
En España ya son habituales niños con agendas repletas de extraescolares y padres que aullan improperios al árbitro y al equipo contrario en los partidos. Influidos por fórmulas mágicas tipo “los niños son esponjas”, o “a más estímulos más inteligencia”, los españoles también se han apuntado a la moda de la estimulación precoz, una de las características de la hiperpaternidad. En su libro, Honoré desmiente de forma contundente estas ideas, alrededor de las cuales se ha formado una próspera industria. El autor nos recuerda que con tanta preparación temprana el niño no tiene tiempo de hacer lo que es más importante: jugar. La socióloga Eulalia Solé está de acuerdo con que una desmesurada estimulación, sobretodo en la primera infancia, suele generar un estrés contraproducente. “No sólo puede ser perjudicial para la salud sino redundar, a la larga, en una total desmotivación. Por lo demás, no está demostrado que aprender antes signifique aprender mejor, puesto que a cada edad le corresponden unas capacidades”, puntualiza.
Como señala Eulalia Sole: “El afán por moldear a los hijos se entronca con el narcisismo. Si bien es lógico que se quiera capacitarlos para la competitividad a la que deberán enfrentarse, el hecho de exagerar en este sentido conduce a exhibir con orgullo los logros del hijo”, apunta.
Los defensores de la hiperpaternidad rechazan las críticas con un argumento contundente: ¿por qué puede ser perjudicial buscar lo mejor para el hijo y si éste tiene un talento para algo, potenciárselo? Para Carl Honoré, no es dañino apoyar a un niño que tiene talento, sin embargo, lo que es crucial es desarrollar esos talentos por las razones adecuadas: “No porque nos haga sentir orgullosos como padres o porque de este manera suplimos nuestras frustraciones. El interés, la pasión por esa actividad, debe de venir primero y ante todo del niño”, recalca.
Irónicamente, esta hiperpreparación de la prole suele ir acompañada de una sobreprotección. En el caso de la hiperpaternidad, ésta consiste en limpiar de obstáculos el camino hacia la excelencia del hijo (y, como los críos están tan ocupados, son los padres quienes se encargan de hacerlo). La sobreprotección impide aprender uno de los recursos fundamentales en la existencia: saber buscarse la vida, tener capacidad de reacción ante las frustraciones y los contratiempos.
Para el filósofo José Antonio Marina, el fenómeno de los padres-mánagers pertenece más al modelo norteamericano que al español. “En España la hiperpaternidad la llevan a cabo padres de un estrato social muy claro, que pueden elegir y que buscan para su hijo cosas que desde su punto de vista le van a favorecer su éxito social. Lo que puede ocurrir”, añade Marina, “es que hay padres tan preocupados por el éxito académico de los hijos que los abruman”. La sobrecarga de actividades extraescolares de algunos niños es, para Marina, el ejemplo que mejor ilustra esta tendencia. El escritor y artífice de la Universidad de Padres (www.universidaddepadres.es) distingue dos actitudes en el enfoque de estas actividades: “Para las madres son una solución práctica para el problema de la conciliación familiar mientras que para los padres, intuyo, son más una herramienta de preparación de futuro”.
La preparación, los resultados brillantes, son los principales objetivos para una serie de progenitores para quienes las buenas notas son un sinónimo de buena educación. Pero para Marina, esta idea es un error “Porque porque la educación”, argumenta, “es la suma de la Instrucción (lo conocimientos adquiridos) y de la Formación de carácter, (es decir, los recursos para ejecutar esa instrucción como la constancia, el esfuerzo y la capacidad de frustración)”. Marina cree que esta última parte de la ecuación está siendo olvidada, por lo que “Hay personas llenas de másters pero sin los recursos fundamentales que les sirvan para aprovecharlos”.
Tanto Marina como Honoré añaden que todo este “management” de los hijos se hace a menudo en detrimento de otro aspecto esencial en la educación: la disciplina (una cuestión a la que el filósofo le ha dedicado un libro reciente “La recuperación de la autoridad”- ed.Versatil). Honoré tambén considera fundamental el reaprender a poner límites: “Derrochamos tiempo, dinero y energía en ayudar a nuestros hijos a construir un currículum demoledor desde muy pequeños, pero tendemos a ser bastante poco firmes en el frente de la disciplina. Los padres tenemos que recuperar el arte de decir ‘No’”, afirma.
Esta pérdida de la autoridad paterna hace que, en muchos casos, se abandone la dirección de los hijos en la adolescencia, cuando el hijo ya no se deja manejar. El resultado son jóvenes sobrados de conocimientos pero faltos de límites, de empatía, de recursos para buscarse la vida y aceptar frustraciones (de ese carácter del que habla Marina). Personas ahora difíciles de manejar y a las que, como reflexiona Honoré: “Corremos el peligro de abandonar a internet, sus amigos y la cultura consumista en un periodo en el que necesitan más que nunca nuestro apoyo y nuestra dirección”.
RECUADRO 1: UNA LÍNEA MUY FINA
Para los psicólogos existe una línea muy fina entre los progenitores que quieren apoyar a sus hijos y aquellos que los quieren empujar a toda costa. He aquí algunas pistas para saber si se está yendo demasiado lejos:
- Los padres ha de preguntarse, primero, si la inversión se hace por el hijo o por ellos (para suplir una frustración propia o por demostrar, de cara a la galería, que su hijo es especial).
- Las enfermedades, físicas o mentales, son el signo más obvio que algo va mal. El factor emocional es decisivo. La inquietud, la inapetencia en la mesa, el dormir mal, son síntomas que deben disparar la alerta.
- Honoré da otras indicaciones de un exceso de celo para con los hijos: hacerles los deberes; apabullar al árbitro o al equipo contrario en los eventos deportivos; dejarles tomar menos riesgos que los que uno tomó a su misma edad; descubrir que se duermen de camino a las actividades extraescolares; comer en el coche con regularidad cuando se va a esas actividades; que las mismas sean la principal fuente de conversación con ellos y descubrir que los hijos se aburren con facilidad y que siempre necesitan a un adulto para que les oriente.
RECUADRO 2: SIN AVASALLAR
Sugerencias para equilibrar la preparación de los hijos con su tiempo libre y la convivencia familiar:
- Ignorar la presión externa: si el hijo del vecino estudia chino e inglés a los tres años, no se ponga nervioso. Hay tiempo para todo.
- A la hora de apuntarlos a una actividad, comprobar que existe un interés genuino por parte de los hijos, que no se dejan llevar.
- No los ‘especialice’ desde pequeños: ofrézcales diversas opciones para que ellos mismo descubran lo que más les gusta hacer.
- No deje que las actividades extraescolares sean el eje de su vida familiar. • Garantizar que sus hijos pasen un rato al día –una hora o dos- que no esté pautado, y en el que no interfiere la tecnología. Será un tiempo para jugar a su aire e inventar su propio entretenimiento. • Guarde tiempo semanalmente para pasarlo en familia. Coman juntos, diariamente, sin televisión.
Fuente: ‘Bajo Presión’, Carl Honoré (ed. RBA)
Muchas gracias!!!
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